por Alejandra Ortiz
La propuesta principal de este capítulo de Chartier considera la implicación del concepto de new cultural history, haciendo un recuento a partir de la aparición del término en 1989, tratando de buscar los hilos que tejen esa forma de hacer e interpretar la historia. Chartier se pregunta sí es posible hablar de un “género” homogéneo, para concluir con la idea que esta nueva historia cultural se define más bien en contraposición a aquello que rechaza y del debate e intercambio que ha generado entre los historiadores que buscan abordar sus temáticas de forma más amplia.
En principio, la new cultural history propone novedades en el campo de la historia al buscar la relación entre los códigos simbólicos y el mundo social, incorporando ideas provenientes de otras disciplinas. El interés ya no se encuentra en lo macro, y de alguna manera es una consecuencia ante la noción de cuan complejo puede ser la teorización global de los fenómenos. Esta “nueva” forma de concebir la historia fue directamente una reacción a la historia de las mentalidades, implicando una crítica a las generalizaciones, lo cuantitativo, el uso de las fuentes masivas, así como del concepto mismo de mentalidad que no admite al individuo.
El siguiente problema que plantea el autor radica en considerar que todo pueda ser historia cultural ya que hace referencia a la significación que atribuimos a las cosas, palabras y acontecimientos, y la dificultad principal gira sobre la complejidad del concepto de “cultura” sobre el cual se construye esta forma de hacer historia. Chartier nos muestra que realmente no existe un objeto único ni una metodología singular pues los enfoques son muy variados, mientras que él centra su atención en la forma que un receptor da sentido al apropiarse de un texto o una imagen. En esta situación caben muchas interpretaciones desde diversos enfoques, como el provisto por la lingüística, la sociología del libro, entre otros, donde el autor sostiene no se puede considerar el valor de una obra solamente por sus palabras, sino que hay una red importante de relaciones entre el contexto de producción y el de recepción que se complejizan al incorporar tanto los códigos simbólicos como las prácticas sociales.
El otro motor de la nueva historia cultural ha sido la aparente dicotomía entre lo popular y lo sabio, donde Chartier, al igual que otros historiadores reconocen que hay entrecruzamientos entre ambas “culturas” y el objetivo es poder ver donde se enlazan, los pesos de cada una y sus implicaciones. Los desafíos de esta nueva forma de concebir la historia es poder explicar las representaciones y las prácticas sociales, es decir, estudiar las relaciones de poder entre dominados y dominadores al considerar el valor que se le asigna a las palabras, sus forma de entender la realidad y las percepciones sobre sí mismos de los individuos y grupos.
A través del capítulo, el autor nos muestra las cómo nace la new cultural history, reivindicando de alguna manera algunas posiciones o perspectivas que al fin de cuentas divergen de otras formas de la nueva historia cultural, comprobando que no se puede considerársele un enfoque homogéneo, pero sí un espacio de debate e intereses comunes en la interpretación de los testimonios y la forma de hacer la historia al plantear las preguntas y las formas de trabajos: técnicas y metodología. Nuevamente, el hablar de este tipo de historia nos remite a los debates contemporáneos de la historiografía, donde otras disciplinas se han incorporado como forma de legitimación o para simple enriquecimiento ante la necesidad de explicar la compleja realidad social y dotarla de sentido, planteando nuevos desafíos para la Historia