Mad Max 2: el futuro presente.

del director George Miller, 1981.

Por Alejandra Ortiz

Mad Max 2 tiene la facultad de hacer sentir al que la observa que esa ficción no es realmente algo ajeno a la humanidad y su experiencia. Aún cuando está situada en el futuro y nos deja ver las consecuencias atroces de la condición humana, las expectativas del hombre (y la mujer) por un porvenir mejor siguen siendo el móvil para la supervivencia social. La lucha es por continuar siendo humanos a pesar de lo que se les ha robado y pareciera que el sufrimiento y la capacidad de asumirlo sin sumergirse en la autoconmiseración y la indiferencia son lo que les permite identificarse con el otro.

La historia es contada por un niño ya convertido en adulto, que durante la película pareciera que algunos de sus rasgos característicos como el habla y su capacidad de afecto se encuentran disminuidos, pues aparece como un pequeño salvaje. Sin embargo, es la memoria (su memoria) la que le da sentido a la historia pues explica el pasado, lo construye y lo dota de significado.

Otro elemento que me pareció interesante fue el petróleo, que en este caso nos habla del contexto de producción durante la Guerra Fría y las constantes luchas por “el líquido”. Es fascinante escuchar y observar al inicio de la película la lectura del director sobre la historia, donde “los líderes hablan y hablan pero no llegan a acuerdos” y “su mundo se derrumbó, las ciudades se desmoronaron y la gente comenzó a atacarse unos a otros”. Pienso hoy, más de 20 años después, con un contexto de recepción determinado por factores distintos, con un horizonte de expectativas diferente, aún se puede hallar una fácil identificación con el testimonio cinematográfico, y más aún cuando la ciudad que habitas parece sin remedio, los asesinatos y la crueldad son lo común y los políticos hablan y hablan si decir nada (que de sentido).