6 de noviembre de 2008

"El mundo como representación",Roger Chartier.

Por Carlos Salas

En la Década del los ´80, se dio una crisis general de las ciencias sociales, crisis de los grandes paradigmas, nos dice Chartier: “La historia es vista como una disciplina todavía sana y vigorosa, y sin embargo, con incertidumbres debidas al agotamiento de sus alianzas tradicionales (con la geografía, con la etnología y la sociología) y a la desaparición de técnicas de tratamiento como modos de inteligibilidad que otorgaban unidad a sus objetos y a sus avances. El estado de indecisión que la caracteriza en la actualidad seria como el reverso mismo de una vitalidad que, en forma libre y desordenada, multiplica los talleres, los encuentros, las experiencias” (Chartier, 2005, 45).

Por otra parte en los años 60-70, la historia de las mentalidades se construyó, mayormente, al aplicar a nuevos objetos los principios de inteligibilidad experimentados anteriormente en la historia económica y social. Según Chartier, esta configuración particular de la historia de las mentalidades se vincula con el estado de las ciencias sociales en ese momento: disciplinas fuertes en ese momento, sociología, lingüística, etnología, cuestionando la prioridad dada por la historia al estudio de las coyunturas económicas o demográficas, o a las estructuras sociales y económicas, con bases metodológicas poco firmes acorde con las nuevas exigencias teóricas de las ciencias sociales en general. Chartier afirma que, “los rasgos característicos de la historia de las mentalidades, que articula nuevos objetos de investigación con la fidelidad a los postulados de la historia social, son la traducción de la estrategia de la disciplina que se daba una legitimidad científica” ante los embates de otras pujantes disciplinas (Ibid., 47).

Chartier afirma que los cambios que se producen en el trabajo histórico, se originan en una toma de distancia por parte de los historiadores con respecto a ciertas practicas de investigación que se consideraban los principios de inteligibilidad desde los años 20 o 30 (o sea, Annales) Nos dice que los principios son: el postulado de la historia total; la necesaria definición territorial de los objetos (ciudad, país, región) como condición indispensable para posibilitar la recolección de datos que exigía la realización de la historia total; la importancia dada a lo social para organizar la comprensión de las diferenciaciones culturales. Al renunciar a estos postulados se deja el campo libre para que se de una pluralidad de enfoques y comprensiones, así mismo en este caso, los historiadores han tratado de ver cuales son los funcionamientos sociales por fuera de la partición rígida y jerarquizada de las prácticas y las temporalidades (económicas, sociales, políticas, culturales), sin dar lugar a ningún conjunto particular de determinaciones.

Por otro lado, a pesar de los intentos que se dieron para penetrar en las sociedades del pasado y descifrar su funcionamiento parten de nuevas estrategias (por ejemplo, el cambio en la escala de observación) y las representaciones son consideradas muy importantes en tanto dan sentido al mundo “real” que rodea a los sujetos. Por otra parte, al renunciar a la primacía de lo social, han demostrado que es imposible calificar los objetos o practicas culturales desde un punto de vista sociológico, si no que se da y hay una pluralidad de divergencias que atraviesan a las sociedades y que deben ser puestas en evidencia por el investigador. Sin embargo por otro lado al privilegiar la única clasificación socio-profesional se olvidaron otros principios de diferenciación que pueden explicitar las divergencias culturales: pertenencias sexuales, generacionales, preferencias religiosas, tradiciones educativas, costumbres de profesión, criterios étnicos. Esta diferenciación tiene que ser desde una historia social de la cultura a una historia cultural de lo social.

El mundo del texto y el mundo del lector: la construcción del sentido.

Otro de los aportes de Chartier tiene que ver con lo que el llama “la construcción del sentido”. Este aporte hace que el historiador reconozca dos cuestiones: que las ideas, pensamientos, mentalidades están encarnadas en la sociedad, pero no como una superestructura, sino que dan sentido a las practicas e instituciones que la conforman, construyen y reproducen esa realidad social; que las categorías de pensamiento y percepción no son inmutables ni universales sino que “deben construirse en la discontinuidad de las trayectorias históricas” (Ibid., 53).

Otro aporte que propone Chartier, tiene que ver con la consideración de las representaciones colectivas e identidades sociales. Dice: hay que acabar con los falsos debates que proponen la objetividad de las estructuras y la subjetividad de las representaciones Las representaciones colectivas deben ser consideradas como “matrices generadoras de practicas constructivas del mundo social en si” (Ibid., 56). Las divisiones de la organización social también forman parte de las representaciones colectivas, no existen por fuera de ellas, no tienen una existencia objetiva, separada de las representaciones. Hay tres modalidades de relación de las representaciones colectivas con el mundo social (y es en este sentido este concepto supera al de mentalidades dice el autor): en primer lugar, el trabajo de clasificación y desglose que producen las configuraciones intelectuales múltiples, por las cuales la realidad esta constituida por distintos grupos que componen una sociedad. En segundo lugar, esta relación se opera en el nivel de las prácticas sociales que tienden a configurar una identidad social, a significar un status determinado, etc. En tercer lugar se encuentran las formas institucionalizadas y objetivadas a través de las cuales los sujetos marcan la existencia de un grupo, comunidad o clase (Ibid., 56-57).

Siguiendo con lo que plantea Chartier, el historiador de las representaciones no se aleja de lo social (pero si corta la dependencia o primacía) sino que se acerca a ello desde otra perspectiva: “fija su atención sobre las estrategias simbólicas que determinan relaciones y posiciones y que construyen, para cada clase o grupo, un ser- percibido (por ellos mismos y por otros) constitutivo de su identidad (Ibid., 57).

En conclusión lo que las lecturas proponen es reformular desde un punto de vista cultural, la forma de acercarse, en este caso de los historiadores a los distintos objetos históricos, en un momento caracterizado por la diversidad y la pluralidad que se da dentro de la historiografía.

1 comentario:

Miriam García Aguirre dijo...

Carlos, este es un buen reporte. Sólo te pido que observes la forma de citar, en este caso elegiste el tipo B del Estilo Chicago. Le hice las modificaciones pertinentes para que quedara en el formato preciso. Falta la referencia completa al final.

Saludos,