28 de febrero de 2008

Primera visión de Tijuana



Adriana García Zapata
Estudiante del 4o. semestre de Historia


Eran las cuatro con veinte minutes cuando sonó mi despertador. En el calendario era 7 de Agosto del 2006, primer día de clases. Para las cinco de la mañana empezaba a transcurrir el tiempo en que llegaría a Tijuana. Dormí todo el camino, debes en cuando abría los ojos y observaba el mar que poco a poco se fue alejando.

Al llegar a la ciudad empecé a observarla; los carros parecían muy apresurados, se atravesaban y tocaban el claxon; los señores vendiendo periódicos en las esquinas y los camiones llenos. Ya conocía Tijuana, había pasado por aquí y me había quedado algunos días; pero no había visto Tijuana de ese modo, como ese día jamás la vi.

Al llegar al campus, iba recordando que un amigo me decía que debía haber carritos de golf para andar en ella; por absurdo que pareciera la idea antes, en ese momento me parecía estupenda.
La inducción al curso pasó desapercibida para mí; en cambio las nuevas caras y sus presentaciones me inspiraban desconfianza y diferentes prejuicios sobre lo que cada uno decía y parecía. Al salir de la escuela sentí un cierto tipo de alivio, que hoy me es difícil revivir.

Observé unas tres veces el letrero del camión al que me pensaba subir, asegurándome de no equivocarme. Era diferente a los que me había subido, más grande y con más gente; empecé a observarla, al mismo tiempo que me preocupaba si me había subido al correcto, para ello saque mi cuaderno donde había apuntado las instrucciones de mi hermano en caso que me equivocara. En la siguiente parada sube mucha gente y se llena el camión, me estaba sofocando cuando un hombre pedía ayuda para un centro de rehabilitación; una niña a mi lado le dice, al que pienso era su papá, dame y él le dice no, son puras mentiras; yo por si las dudas tampoco le di.

Después de todo, efectivamente, sí me había subido al correcto, en Otay, yendo para módulos, en el Gigante y la bajada a Gato Bronco pedí mi parada. Al bajarme el ruido de los carros empezó a retumbar mis oídos, la gente pasaba y pasaba a mi alrededor; señoras con bolsas del mercado, muchachos con uniformes escolares, gente cruzándose la calle en todas las partes menos en el semáforo; así llegue a la esquina donde debía esperar lo que para mí y hasta ese momento era micro.

En la esquina me encontraba cuando cinco camionetas de la policía rodeaban a un carro; dos enfrente y tres atrás, con los códigos prendidos. Los policías salen de los vehículos con armas; era la primera vez que veía una de tan cerca, a un metro pasaron de mi, dirigiéndose hacia la camioneta que era muy lujosa y como diríamos “ de narcos” . sin embargo, de ella se bajo un señor que parecía del común, sin cadenas y sobrero , pero eso sí muy asustado. Mientras tanto, las personas seguían su camino, volteaban su vista hacia lo ocurrido pero seguían su camino, los carros bajaban la velocidad al pasar y nuevamente aceleraban; algunos se alejaron con rapidez; pero yo, recuerdo perfectamente que simplemente me quede parada y nuevamente, observando.

El señor enseñaba los papeles a un policía y los demás “polis” a su alrededor platicaban. Llego entonces el 3ra y 4ta Gato Bronco, donde me tenía que subir, según las instrucciones marcadas en mi cuaderno, pero antes que pudiese reaccionar la puerta estaba ya aglomerada de personas, hasta un viejito empujaba para poder subirse, se llenó y yo seguía allí parada. Los policías se subieron todos a sus carros y arrancaron, después lo hizo el señor detenido y en tan sólo unos minutos después de haber estado alrededor de tanta gente, otra vez sólo me encontraba yo.

Por la noche, me acosté a las diez, pero me dormí, hasta lo último que recuerdo, la una y en ese lapso mis oídos seguían retumbando, todas las imágenes me provocaban miedo, ese miedo como de nerviosismo. Soledad, miedo e incertidumbre rodeaban mi mente; una ciudad desconocida era ahora mi realidad, mi cotidianidad ya no era la misma, había cambiado y el sentido de resignación fue el último que pasó por mi mente.

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