2 de diciembre de 2008

Historia... ¿discurso cientifico o ficticio?

Michel de Certeau: “La historia, ciencia y ficción"*
Reporte de Lectura

Por Pedro Espinoza

“Los historiadores le reprochan ser demasiado freudiano, los comentadores de textos religiosos estar demasiado comprometido con la sociedad contemporánea, los Psicoanalistas de no ser m6s que an historiador, los marxistas de ser demasiado místico, y la jerarquía católica de preferir Marx al papado. El sostén que Certeau aportara luego a la 'toma de palabra' estudiantil del 68' y a los movimientos contestatarios latinoamericanos que se pronuncian por una “teología de la liberación” no harán más que avivar la pol6mica contra su persona y su trabajo.[1]


El texto de Michel De Certeau es un trabajo que ilustra muy adecuadamente el nuevo concepto de historiografía, donde no únicamente se trata de hacer una historia de la historia, sino de poner en discusión los factores que influyen en la producción del conocimiento histórico. Para ello se involucra con cuestiones que antes eran vistas como sub‑disciplinas separadas de ella (teoría y filosofía de la historia). Por otro lado, cabe destacar que la obra de éste jesuita va más allá de la reflexión histórica, y tiene mucho que ver con la filosofía, la antropología, la lingüística y la teología, encontrándose probablemente en ésta última la motivación y las preguntas que le llevaron al trabajo académico[2].

El planteamiento principal de ésta lectura es que, pese a que la historia hecha en y por occidente, ha luchado por mantenerse como un discurso científico, al margen de la ficción, la función social que cumple resulta ser muy similar a la que antaño le correspondía a los mitos. Esto es lo que hace que en el fondo, a la historiográfica le sea imposible deslindarse de esa ficción de la que ha venido huyendo.

Contrario a lo planteado por la modernidad, el autor identifica cómo es que el discurso historiográfico no parte de la búsqueda de la verdad, sino de lo falso. Es en base a la identificación de lo ficticio con lo falso ‑dada su falta de referencialidad‑, que la historiográfica se caracteriza a si misma como un discurso sobre lo "real". De Certeau define a la ficción de la siguiente manera: "La ficción, bajo sus modalidades míticas, literarias, científicas o metafóricas, es un discurso que informa" lo real, pero no pretende ni representarlo ni acreditarse en él"[3]

A pesar de que podríamos clasificarlo dentro del saco de la posmodemidad, el pensamiento de este jesuita posee una enorme influencia del materialismo histórico. Es algo que en este trabajo se nota claramente, pues a lo largo del texto menciona cómo el contexto social y económico, así como las relaciones de poder, ejercen una presión determinante, tanto en las condiciones desde las cuales se escribe la historia, como en las representaciones hechas por una sociedad (Cultural).[4] Dicho en otras palabras, establece una distinción entre una estructura y una superestructura, y habla de cómo la primera influye sobre la segunda. Para muchos podría parecernos una contradicción hablar de un posmodemo marxista, pero tal vez Michel De Certeau está muy cercano a ello.

Este autor no concibe ni a la historiografía ni a ninguna otra ciencia como operaciones individuales, sino como empresas colectivas, como productos sociales. De alguna forma, el discurso, de éste autor arremete de manera violenta contra la historia convencional, no tanto como disciplina, pero si como institución. Argumenta que su legitimidad ha radicado en ocultar las condiciones desde las que los historiadores producen su conocimiento (algo que repite a lo largo del texto).

Al momento que se lee un texto de historia, la atención se centra en la realidad que el historiador intenta reconstruir, mas no en la realidad desde la cual el "científico social" intenta reconstruir su pasado. Éste es un problema que De Certeau identifica con el asunto del hacer creer[5], pues se tiende a dar por hecho (o más bien, a creer) que lo que la historia relata es la verdad.

La historiografía, como disciplina y como institución, hace creer que lo que afirma no es ficción sino realidad, y para ello ha recurrido en tiempos recientes, a herramientas técnicas y metodológicas provenientes de otras disciplinas, muchas veces ajenas a las ciencias sociales. Más allá de la importancia de los fenómenos que se estudian, el autor de este trabajo identifica a la incorporación de las matemáticas, la estadística y la informática, con el hecho de que el uso de dichas herramientas genera efectos de cientificidad.

La matematización en la forma de percibir y analizar a las sociedades es también un fenómeno histórico. A pesar de que los cálculos y los números en si mismos no prueban nada, si son capaces de enunciar explicaciones que sean más probables que otras. Esto es algo que al mismo tiempo vuelve imposible hacer interpretaciones fundadas en casos particulares, y que carezcan de un amplio respaldo cuantitativo; en otras palabras, si la historia ha recurrido a todos estos recursos, es porque en el fondo necesita hacer que su discurso sea más creíble.

Ésta credibilidad adquirida por la disciplina histórica tiene repercusiones sociales. Es porque hay un público que cree en ella, y que espera respuestas, que algunos individuos deciden practicarla. Además, los discursos emitidos desde la historiografía no se encuentran aislados de los poderes políticos, que dado la reputación que se ha ganado como científica y verosímil, hábilmente se esfuerzan por tenerla de su lado, por halagarla, por financiarla, por controlarla.[6]

La historiografía se convierte en una práctica social y cultural, por lo que Michel De Certeau la convierte en su objeto de estudio. Ciencia y ficción no pueden excluirse, sino que deben ser estudiados en conjunto. El jesuita habla inclusive de una necesidad de sacar a la luz los aspectos "vergonzosos" que hasta el momento la historiografía prefiere mantener ocultos, es necesario historizar a la propia historia. Para ello resulta indispensable terminar con la ruptura sujeto ‑ objeto, o pasado ‑ presente instaurada en la modernidad. Es necesario pensar el tiempo, no solo como una forma de clasificar los acontecimientos, sino como un factor determinante en la comprensión que el sujeto tiene de su objeto de estudio, en este caso, de su pasado.[7]

Para el autor de esta lectura, la historia científica no ha dejado de ser un relato atravesado por prácticas sociales que la sostienen. Y si las condiciones sociales y económicas permiten y fomentan la práctica historiográfica, es porque de dichas estructuras necesitan de la historia, en tanto que puede ser un discurso legitimante y verosímil. De manera que, si bien en lo que concebimos como modernidad ha habido un notable avance en cuanto a los métodos y técnicas de la historiografía, la función social de la historia es prácticamente la misma que anteriormente cumplían los mitos, las leyendas, la literatura, o todo aquello que acostumbramos a meter dentro de la bolsa con la etiqueta de ficción.[8]

Si bien la historia no ha conseguido ser una fiel reconstrucción del pasado, la ficción tampoco puede seguir siendo tratada como lo fue durante la modernidad. Después de todo, si el discurso historiográfico no es “la verdad”, la ficción, el mito, la literatura, la metáfora, o como quiera llamársele, no necesariamente tiene que ser un sinónimo de mentira. Por lo tanto, habrá de ser indispensable a la hora de que tratemos de acercamos a una realidad histórica.

Michel de Certeau consigue ponemos a pensar, sobre todo porque logra tocar un punto sumamente sensible en la práctica de los historiadores al cuestionar sus certezas. Este es seguramente el aspecto que, de manera general, le atribuye a la posmodernidad esa etiqueta de relativismo e incertidumbre que todos conocemos. ¿Acaso éste autor está negando a la historia? ¿Acaso está afirmando que el trabajo de los historiadores no es ciencia sino ficción? Lo cierto es que, pese a todo lo que se pueda discutir con respecto a los planteamientos de este historiador (pues a pesar de todo se sigue considerando como tal), una critica y análisis desde adentro nos obliga a replantear muchas cuestiones relativas al quehacer histórico, a ser menos ingenuos a la hora de leer e interpretar, y a ser conscientes de la fuerza que el tiempo ejerce sobre la historia y sobre la historiografía.

* De Certeau, Michel “IV. La historia, ciencia y ficción”, Historia y Psicoanálisis. Entre ciencia y ficción. México: UIA, 1998.
[1] Roudinesco, Elisabeth. Michel de Certeau, iconoclasta esclarecido: www.elseminario.com.ar/biblioteca/Roudinesco_de_Certeau.htm (Consultado el 11 de noviembre de 2008)
[2] Ibídem
[3] De Certeau, 1998, 54.
[4] Ibid, 55.
[5] Ibid, 68.
[6] Ibid, 59.
[7] Ibid, 69 - 71
[8] Ibid. 75.

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