3 de diciembre de 2008

La posibilidad de escribir historia

Por Abdiel Espinoza González*


Introducción

La relación entre historia y literatura es un debate entre los historiadores que merece la pena considerarlo con el mismo grado de importancia que otros. El solo término de literatura evoca un pasado no científico para la disciplina. Es en torno a este punto, la relación entre historia y novela donde se ubicarán estas reflexiones. Para ello, tomaré de las ideas expuestas por autores como Micheal De Certeau, Roger Chaertier, Avital H. Bloch, Marcel Detienne y Fernando Del Paso.[1]

En un primer apartado elaboraré un pequeño esbozo de la relación entre el historiador y la novela, en donde haré especial énfasis en dos aspectos principales: el primero serán los cambios en el tipo de narración que el historiador ha usado para escribir la historia y el segundo trataré la posibilidad de la novela como fuente para la investigación histórica. En un segundo momento presentaré una reflexión en torno a la posibilidad de construir una nueva interpretación del pasado por medio de la novela, con el fin de construir una historia todavía más humana, con un lenguaje menos estéril, que pueda tener la oportunidad de llegar a un público más amplio.

El historiador y la novela

En sus inicios, la historia era el relato, oral o escrito, de los acontecimientos ocurridos en el pasado donde los dioses intervenían en el curso de la vida del hombre. Por medio de ella comprendían su realidad, resolvían sus dudas y daban orden a su existencia en el tiempo. Posteriormente, la historia como herramienta para la construcción de identidades fue indispensable para la formación de los Estados-Nación europeos en el siglo XIX. Por medio de estos dos ejemplos, es posible ver a una historia militante, en cuanto recurso para la acción, en donde el historiador escribía con un fin específico, para un público en el que deseaba influir para que reaccionara de una forma determinada, por lo tanto, esa reacción esperada le demandaba poner atención especial a la forma en la que narraba la historia.

La voces encantadoras de la narración transforman, desplazan y regulan el espacio social. Ejercen un poder inmenso, pero un poder que escapa al control ya que se presenta como la verdadera representación de lo que sucede o de lo que sucedió […] bajo el nombre de ciencia, también arma y moviliza clientelas. Por ello, frecuentemente más lúcidos que los mismos historiadores, los poderes políticos o económicos están siempre esforzándose por tenerla a su lado, por halagarla, por pagarla, por orientarla, por controlarla o por domesticarla.[2]

Con el desarrollo e institucionalización de las ciencias en la Europa del siglo XIX, iniciaron los trabajos de los historiadores por convertir a la historia también en ciencia, por lo que pretendieron despojarla de sus relaciones con la literatura y dotarla en cambio de marcos teóricos y metodologías pertenecientes a las ciencias sociales en boga, de esa forma la historia adquirió aparentemente un grado de cientificidad y un lugar en el terreno de la ciencia. Esa tendencia se mantuvo en el siglo XX, la Escuela de los Annales y su “nueva historia” influyeron en el cambio del objeto de estudio: ya no serían los grandes hombres, sino las estructuras o las mentalidades; en la forma de escribir, se olvidaron las narraciones y aparecieron historias con un lenguaje técnico, con cuadros y gráficas que la volvían más crítica y científica. Se daban pasos hacía una historia científica, sin embargo, esa idea no era compartida del todo por considerar que esa nueva historia abandonaba la tradición humanista de la narrativa. “El desencanto de muchos estudiosos ante las limitaciones impuestas por los métodos de las ciencias sociales trajo consigo una re-evaluación positiva de la teoría narrativa, al buscar caminos para escapar al enfoque de las “ciencias sociales”.”[3]

Sin embargo, a finales de 1980, cuando buena parte de los historiadores consideraban a las ciencias sociales en un estado de “crisis” y con ello los postulados adoptados de ellas para la historia, decidieron desplazar sus objetos de estudio y uso de fuentes para tratarlo, lo que repercutió en un cambio en sus paradigmas y acercamientos con otras disciplinas como la crítica literaria.[4] En ese nuevo cambio, la historia optó por estudiar la cultura, las tradiciones, las mentalidades, las identidades, los tiros, las creencias y representaciones. Por lo que el uso de las fuentes tradicionales para la historia ya no ayudaba a resolver los nuevos problemas. Gracias al esfuerzo intelectual y la gran capacidad de adaptación de los historiadores, la historia comenzó a tomar como objeto al libro al mismo tiempo que iniciaba trabajos para considerar a la novela como fuente para sus investigaciones, por ser una representación de una realidad pasada inmersa en un contexto especifico. En este punto la novela resulta de interés para la historia en la medida que le permite construir las representaciones que un autor desde un sitio en particular hacia de su realidad y cómo ésta era apropiada por sus lectores en los diferentes estratos de la sociedad.

La posibilidad de una nueva interpretación del pasado

Michael De Certeau se encargó de terminar por destruir el paradigma científico de la historia al historizar a la propia historiografía y descubrir la misma búsqueda de verosimilitud que existe en la novela en el relato histórico, sólo que de otra forma, si la novela se sostiene en la descripción de espacio y personajes, el relato histórico lo hace en las fuentes reales que de la realidad obtiene y presenta para cerciorarse, primeramente así mismo y después al lector, que lo que informa es verdadero.[5] Asimismo, pone en evidencia a la institución desde donde el historiador escribe, por lo tanto, lo coloca dentro de un contexto de relaciones de poder en el cual los productos, llámase relatos históricos, tienen una intención de provocar una reacción específica en el lector.[6]

El historiador una vez que ha dejado a un lado sus pretensiones de científico, está frente al reto de entender su oficio en este momento en el que la historia ya no es del todo aquella científica de los últimos dos siglos, asimismo tiene que sortear el peligro de no reducir la realidad y el conocimiento del pasado a la existencia dentro de un texto en donde encuentra validez en sí misma independientemente de la realidad material de la que habla, pertenece y desde donde fue producida. Los textos se consideran, según Chartier “desde una lectura cultural que nos recuerda que las formas que adquieren para leerse, escucharse o verse, participan, ellas también, en la construcción de su significado.”[7]

Una vez más, los claroscuros nos obligan a caminar con detenimiento, a cuidar nuestros relatos y las interpretaciones que hacemos del pasado en ellos, así como a situar nuestros relatos en una compleja red de intereses que posibilitan su publicación o no. Una vez conscientes de estos dos puntos, una buena pregunta que se antoja es: ¿Cómo puede hacer uso de la novela el historiador en su investigación y cómo ésta le puede ayudar a producir nuevas interpretaciones que tengan la posibilidad de hacerse de un público de lectores mayor y que trasciende el ámbito académico?

Reflexiones finales

El historiador hace uso de la narrativa y la descripción, como el novelista, para hilar y darle orden a su relato y poder conducir al lector por entre sus ideas y reflexiones. Una historia bien contada permitirá tener un grupo de lectores más amplios y no sólo los que quedan dentro del círculo académico. El historiador como producto histórico está inmerso en un presente al que pretende dotar de sentido con respecto a su pasado. Los problemas y objetos de estudio que el historiador aborda responden a necesidades del propio presentes.

La relación historia-novela no plantea una historia que exista solo en lo escrito sin ninguna relación directa con el mundo material que informa, por el contrario, permite una articulación entre la narrativa y la investigación, en la medida que la narrativa ordena, da los recursos para comunicar los resultados de la investigación. Un nuevo reto más para el historiador de esta relación sacada a la luz es la obligación que tienen de volver a hablar el mismo lenguaje de la sociedad, a donde se debe buscar que el producto de nuestras investigaciones pueda llegar y no sólo quedarse en el tintero o en el aplauso de los miembros de la institución que con su aceptación satisface y detiene las posibilidades de hacerse escuchar.

Por último, quiero aclarar que en ningún momento estoy proponiendo la idea de que los historiadores deberían de volcarse a escribir novela histórica con la finalidad de conseguir un público mayor de lectores. Si no que trato de poner en la mesa de la discusión nuestro propio trabajo y poner énfasis en la distancia que separan a nuestros textos de los lectores no académicos y la carrera que han iniciado desde la literatura los novelistas por escribir novelas históricas que llegan a un público más amplio presentando interpretaciones históricas que en el peor de los casos no descansan en un trabajo de investigación. Por lo tanto, presento, a manera de sugerencia, una nueva adaptación al contexto, una apropiación de la narrativa en la historia que la vuelva más humana y nos permita ser leídos por la sociedad, en la medida que lo logremos tendremos la oportunidad de que los resultados de nuestras investigaciones sean útiles y apropiados por la sociedad.

Bibliografía

Bloch H, Avital. Política, pensamiento e historiografía en Estados Unidos contemporáneos. México: Universidad de Colima, 2005.
Chartier, Roger. El mundo como representación. Barcelona: Gedisa, 1999.
_____. El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito. México: Universidad Iberoamericana, 2005.
De Certeau, Michael. Historia y literatura. Historia y Psicoanálisis. Entre ciencia y ficción. México: Universidad Iberoamericana, 2003.
_____. Historia y Psicoanálisis. Entre ciencia y ficción. México: Universidad Iberoamericana, 2003.
Del Paso, Fernando. Noticias del imperio. México: Punto de lectura, 2008.

* Licenciatura en Historia, séptimo semestre, Seminario de Historia Cultural. Tijuana, Baja California, 2 de diciembre de 2008.
[1] Michael De Certeau, Historia y Psicoanálisis. Entre ciencia y ficción (México: Universidad Iberoamericana, 2003); Michael De Certeau, Historia y literatura. Historia y Psicoanálisis. Entre ciencia y ficción (México: Universidad Iberoamericana, 2003); Roger Chartier, El mundo como representación (Barcelona: Gedisa, 1999); Roger Chartier, El presente del pasado. Escritura de la historia, historia de lo escrito (México: Universidad Iberoamericana, 2005); Avital H. Bloch, Política, pensamiento e historiografía en Estados Unidos contemporáneos (México: Universidad de Colima, 2005); Fernando Del Paso, Noticias del imperio (México: Punto de lectura, 2008).
[2] Michael De Certeau, Historia y Psicoanálisis, 59.
[3] Avital H. Bloch, Política, pensamiento e historiografía, 87.
[4] Roger Chartier, El mundo como representación, 46 – 47.
[5] Michael De Certeau, Historia y Psicoanálisis, 54.
[6] Ibid, 55.
[7] Roger Chartier, El presente del pasado, 26.

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