1 de diciembre de 2008

Ni un paso atrás


*Por Abdiel Espinoza González

Una historia de pequeños pasos, de cambios profundos en la mentalidad y las estructuras de la sociedad en periodos de larga duración, dentro de la corriente de la historia de los Annales, es lo que Michelle Perrot nos presenta en este capitulo de la obra Historia de las mujeres en Occidente.[1] La mujer europea del siglo XIX es, según Perrot, un agente o actriz social, que entró a escena recientemente y con paso firme.

¿Cómo hacer una historia de las mujeres? ¿Qué elementos considerar? Personalmente no sabría cómo responder a estas dos preguntas, sin embargo, Perrot aborda el estudio de las mujeres iniciando con encontrarlas en los espacios que la cultura les había destinado como propios del género: el hogar, una vez halladas ahí, se da a la tarea de presentarnos la forma en la que ellas van “saliendo” del olvido y se integran a la sociedad, aprovechando las oportunidades que se les presentaron “[…] las mujeres supieron apoderarse de los espacios que se les dejaba o se les confiaba, y desarrollar su influencia hasta las puertas mismas del poder.”,[2] modificando estructuras mentales, la relación entre los géneros y las propias relaciones de poder.

Resulta interesante como la Perrot otorga importancia a los espacios y prácticas sociales que las mujeres logran conseguir, mantener y extender, como factores de identidad, por medio de los cuales las mujeres comienzan a tener “consciencia de ellas mismas a partir de ellas mismas” y construyen una esfera de acción práctica e ideológica, que por supuesto, es considerada como transgresora para la cultura y el mundo representado por el género masculino en donde cada vez se van sintiendo menos representadas y más obligadas a participar.

La mentalidad, o las mentalidades, referente a lo qué es ser mujer están construidas a partir de las nuevas experiencias que van vivenciando y que transforman su forma de pensar, entenderse y representarse ante el mundo que hasta ese momento no las había considerado, experiencias como abrir su campo de acción a la sociedad por medio de las instituciones de caridad, las migraciones y los viajes.

Construirse una identidad propia a partir de nuevas prácticas sociales lleva a las mujeres al centro de las relaciones de poder, porque la existencia de una identidad ajena a la masculina que concibe el presente, interpreta el pasado, construye futuro y otorga significados específicos a determinadas prácticas, obliga a replantear todo la concepción que hasta el momento se tiene de la propia historia y de la misma relación entre los géneros.

La historia por consecuencia, ya no puede concebir a las mujeres como un grupo social ajeno al advenir de la historia, como un agente pasivo que se deja llevar con las circunstancias del entorno, sino se debe dar la tarea de rescatar el papel de actrices sociales que las mujeres representaron en el pasado y cómo ellas mismas han contribuido al desarrollo de la misma historia.


[1] Michelle Perrot, “Salir”, en Historia de las mujeres en Occidente, Michelle Perrot y George Duby, España: Taurus, 19--, 155-189.

[2] Ibid, 155

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