1 de diciembre de 2008

Relaciones

* Por Abdiel Espinoza González

La historia como un discurso científico, ha sido un constante debate y una construcción alcanzada –o al menos así entendida por los historiadores positivistas- que la alejaba de la literatura y le otorgaba el grado de cientificidad necesario para colocarse en los medios académicos y las ciencias sociales. Sin embargo, Michael de Certeau en este capítulo, denso en su contenido, presenta una serie de reflexiones en torno a la historia y la función posible que la ficción tiene en el discurso histórico.[1]

Para Certeau, la ficción “es un discurso que “informa” lo real, pero no pretendo ni representarlo ni acreditarse en él”[2]. En base a ello, la hitogriografía ha tratado de definirse en oposición a ella, armándose de un cuerpo de cientificidad que la separa de ella, lo anterior lo logra conseguir cuando adquiere la posibilidad de señalar, en base a pruebas de la realidad, los errores que ella encuentra en la ficción. De tal manera que la historia encuentra justificación al fundarse en la representación y acreditación que ella misma hace de la realidad, es decir, “informa de la realidad” y no sólo eso, puede argumentar su discurso para tener la firmeza de decir en lo que informa, lo real.

Para desarrollar sus reflexiones, el autor analiza lo que él llama “el juego de la ciencia y la ficción” desde tres cuestiones: lo legendario de la institución historiadora, el aparato científico y la relación entre el discurso y lo que produce.

La primera cuestión, se refiere a la autoridad que el relato histórico se hace al asumirse en nombre de los acontecimientos que interpreta. De esta manera, el relato tiene autoridad porque representa la realidad que interpreta, es decir, la autoridad misma radica en el texto, en el acto de poner en palabras comunicables una interpretación. Sin embargo, De Certeau cuestiona la intencionalidad del historiador y de su relato, ya que en tanto el historiador escribe en un presente, dentro de un marco de referencias y haya su autoridad en su discurso. Expone una estructura de producción en donde hay una necesidad social constante y antiquísima de dotar de un sentido que supere las violencias y las divisiones del tiempo. Por lo tanto, se puede señalar a la literatura historiográfica como pensada y escrita para un público o lector al que espera, seducir o imponerse –en palabras del propio autor-, para provocar una reacción, asimismo, “dicta interminablemente, a nombre de lo “real”, lo que hay que decir, lo que hay que creer y lo que hay que hacer,”[3] por eso siempre es un discurso pedagógico, nacionalista o militante.

La segunda cuestión que De Certeau considera es el aparato científico, la cientificidad misma en la historia. En este punto, compara el discurso historiográfico científico, con las otras “historias”, y llega a la conclusión que un elemento del que la historia se apropió para separarse de la ficción fueron las matemáticas, por considerarlas como la más puras de las ciencias, usó las categorías de análisis objetivas de esta ciencia para tratar sus objetos de estudio y validarse de objetividad. Sin embargo, el uso de estas metodologías limita el mismo estudio de la historia, ya que obligan al historiador a “recortar” la realidad para estudiarla desde esa óptica, generando efectos de cientificidad.[4]

La tercera cuestión es la relación entre el discurso y lo que produce. En este apartado el autor rompe la concepción y la distancia entre el objeto de estudio y el sujeto, entre el producto de discurso y el representado. Ya que para él, siempre hay “un retorno del pasado en el discurso presente”[5]. Plantea que no es posible un discurso histórico que desista del propio tiempo y que represente realidades del pasado sin que se le evoque, aún con ayuda de la ficción y las propias fuentes. Pues una historia con pretensiones de despolitizada y neutra que permanezca al margen de las querellas del propio tiempo que representa no debería hacerse, el historiador por más que se considere al margen o por encima de su objeto debe desistir de ello y preocuparse por encontrar la relación interna y actual con el poder. Historizar a la misma historiografía, implica por lo tanto, referir todo discurso a las condiciones socioeconómicas o mentales de su producción[6]. Retornar el tiempo a la historia significa traer también las pasiones mismas y reconocerlas entre los postulados científicos construidos para separarse precisamente de ellas.

Por lo tanto, una re las reflexiones finales del autor es que el historiador en su discurso busca verosimilitud, al mismo grado que el literato con su novela, no obstante, también busca articular las prácticas sociales en lo complejo de la sociedad misma. Para ello, “yuxtapone elementos no coherentes o hasta contradictorios, y frecuentemente da la apariencia de explicar”. Dando por resultado, lo que De Certeau llama de forma irónica, una ficción de la misma ciencia.

La propuesta que nos representa De Certeau en este capítulo nos orienta a reconocer, dentro de la misma historiografía, a la ficción, no con el lente ilustrado que la desdeña, sino como parte inseparable del relato histórico mismo, así también, obliga a repensar a la historiografía misma en el interior de una institución del saber que responde y se desarrolla en el presente. La historia, por lo tanto, no está del todo dentro de las ciencias, ya que seguirá respondiendo a un presente. Lo que obliga es a repensar el quehacer histórico, el mismo tiempo en la narrativa histórica, la función del relato histórico en las sociedades y las motivaciones que llevan a escribir historia o las estructuras que no lo permiten.



[1] Michael de Certeau, “La historia, ciencia y ficción” en Historia y psicoanálisis. Entre ciencia y ficción, México: Ibero, 2003

[2] Ibid, 54.

[3] Ibid, 58.

[4] Ibid, 64.

[5] Ibid, 68.

[6] Ibid, 69.

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