9 de junio de 2009

El problema del pasado es la construcción del sujeto

Por Fernando Escobedo

Desde el instante en que el sujeto es cuestionado como una entidad, como un ser con características específicas, el problema de su construcción resalta la posibilidad de desarrollar su experiencia, explayarla, integrarla al imaginario social, a la historia. Se convierte en una problemática de carácter teórico, metafísico, discursivo, que involucra la comunicación de éste con su mundo más cercano y, a la vez, su propia introspección, ya que la manifestación del conocimiento que hace legítima su cotidianidad se convierte en necesidad cada vez que el sujeto expresa su bagaje cultural, su dimensionalidad ideológica. Es decir, para que éste ponga en práctica el conocimiento histórico es necesario problematizar al sujeto como un ser complejo, no sólo como individualidad, sino como su diferencia y su identidad a partir de la reflexión en la misma diferencia, de la cual surgimos. Esto es posible debido a la capacidad del ser humano de observar, de ser observado y, finalmente, de observarse a sí mismo, proceso que en su conjunto representa su esencia contradictoria bajo la forma de una comunidad de apreciaciones sobre la mismidad, que no radica en su existencia como naufragio sino en la existencia cada vez más consciente de pertenecer a una tradición, a un espíritu de contrastes y semejanzas.[1]


Sobre esta realidad fragmentada la epistemología positiva busca engañarse, y, por lo tanto, engañarse históricamente, considerando que es posible medir el pasado a partir de lo empírico, a partir de los datos de origen exterior a la sensibilidad, sin percatarse que la misma naturaleza creativa implica un desconocimiento de las raíces del pasado y un conocimiento histórico, metafísico, que sólo obtiene sentido en su historicidad, la cual en este caso es ignorada:

La ciencia de la historia, a su vez, como tal ciencia, no determina en absoluto la relación originaria con la historia, sino que siempre presupone ya una tal relación. Sólo por eso, la ciencia de la historia puede desfigurar, interpretar erróneamente y marginar hasta el mero conocimiento del anticuario la relación con la historia que, ella misma, es histórica.[2]

Así como Heidegger, toda la escuela de la dialéctica hegeliana, comprende el curso de la historia como el elemento fundamental de la perspectiva, como el autor intelectual de naturaleza problemática que nos provoca a desarrollar nuestras futuras acciones, es decir, para llegar a existir, y, por lo tanto, existir debido a la existencia de otros y sus parametros que posibilitan nuestro horizonte cultural, o lo que Guillermo Zermeño llama “los presupuestos del método”, referiéndose al trasfondo teórico que teje las acciones de los individuos. Es por esto, que la historia, como objeto de estudio, es decir, historiografía, no depende de una categoría sino de la interacción entre las posibilidades de la categoría, incluyendo las de su negación. Para Heidegger esto se conoce como el Dasein, o “el ser”, a través del cual el sujeto busca “alcanzar su posibilidad más propia, convirtiéndose así en lo que es… allí donde puede pretender testificar de ello… en su anticipación de la muerte”,[3] en su existencia inminentemente histórica, imposible de revivir, y, por lo tanto, cenestésica.

Ahora, el problema de la existencia del sujeto radica en que parte de la modernidad, aquella que considera que la “verdad” depende, únicamente, de la experimentación realizada en el mundo empírico, o lo que Immanuel Kant manejó como conocimiento a posteriori, busca traducir los resultados del método científico y la técnica, al conocimiento de los problemas sociales, eliminando la necesidad de narrar e interpretar el relato de la ex-periencia y el de su posterior producto, dejándole la última palabra a la tecnología o concepto sin comprender que estos pueden ser utilizados e interpretados de diferentes maneras y con distintas finalidades a lo largo de una temporalidad indefinida. Pero dicho ser histórico reconoce que la influencia de la realidad tecnológica lo envuelve y se deja des-vanecer según sea su impacto sobre la experiencia, eliminando al sujeto y la creatividad de su propio discurso, o dicho de otra manera,

“no podemos pensar objeto alguno a no ser por categorías; no podemos conocer objeto alguno pensado, a no ser por intuiciones que correspondan a aquellos conceptos. Ahora bien, todas nuestras intuiciones son sensibles y ese conocimiento, por cuanto es dado el objeto del mismo, es empírico. Más conocimiento empírico es experiencia. Por consiguiente ningún conocimiento a priori nos es posible, a no ser tan sólo de objetos de experiencia posible.”[4]

Lo que quiere decir que la tecnología, el concepto y/o el método, se convierten en la regla para la experiencia, la cual, conforme a Kant, es empírica y, por lo tanto, representa el sentido de la “verdad”, de la cual nadie podría escapar, debilitando en el intento el vínculo entre pasado y futuro, y aumentando su diferencia conforme la técnica es depurada. Esta afirmación, nos dice Zermeño, es debido a que la modernidad define claramente su postura a favor de las espectativas, a favor de una paz perpetua kantiana, la cual nos conducirá a una sociedad ilustrada, en la que el pasado sólo puede partir de las innovaciones, que es lo mismo que futuro, y, por lo tanto, obligando al sujeto a disminuir la dependencia de su propia historicidad, de la memoria histórica y de las relaciones que hicieron posible tanto la innovación como la existencia del sujeto en sí. En dado caso, no habría posibilidad de cambio alguno con respecto a las necesidades de los individuos que conforman una sociedad, sino que estancaría en una especie de conformismo basado en la liberación del desarrollo de la tecnología.

Aunque Kant consideró a toda experiencia como una síntesis en la tecnología, esta podía ser manipulada y utilizada como argumento represivo, dictando los objetivos que la sociedad debería considerar. Es así que el pasado (ahora sí que) pasó a ser un adjetivo y, por lo tanto, un predicado, con consecuencias peyorativas, vinculado al oscurantismo, a la idolatría, al mito, al absolutismo, la tiranía, la desigualdad y la ignorancia. El resultado fue la desaparición del sentido del pasado, que intentarán resolver los románticos, in-fluenciados por los principios de la dialéctica, y la posterior crisis metodológica, en la que las fuentes propuestas por los positivistas, es decir, los documentos, parecían dejar de tener fundamentos verídicos, comprobables, y se convertían sólo en una serie de “opera-ciones psicológicas” que los mismos Langlois y Seignobos mencionarán en su libro Introducción a los estudios históricos, publicado en 1987.

Esto conducirá al desarrollo de una serie de críticas a los excesos de la modernidad, en la que el lenguaje, a través del estructuralismo histórico de la Escuela de Praga, funcionará como sintetizador proponiendo “que cada parte puede ser entendida sólo en relación con todas las demás partes y con el todo ordenado jerárquicamente, y no como la suma meramente mecánica de sucesos linguísticos dispersos”,[5] situación que revalorará el rol de la experiencia y su historicidad, y que contrarrestará la postura utópica futurística de la modernidad, permitiendo distinguir a un sujeto mucho más complejo del establecido por el empiricismo de la tradición kantiana.

Es por esto que Guillermo Zermeño considera primordial la construcción del sujeto, debido a esta crisis del método científico en las ciencias sociales, encaminándonos a través de dicha preocupación que ha intrigado a los teóricos de la modernidad hasta llegar a la Escuela de Frankfurt (a la cual el mismo Zermeño es adjunto), y a las aportaciones de autores como Teodoro Adorno quien considera que el “concepto es un momento como otro cualquiera en la lógica dialéctica”,[6] siendo su finalidad el volver la dirección de la conceptualidad hacia lo no idéntico, es decir, hacia aquello que desde un principio lo construye pero le marca la diferencia. Así el autor se encargó de elaborar un espacio (o hiperespacio)[7] que comunica al individuo con el mundo exterior, permitiéndole ser finalmente un sujeto en toda su complejidad, con similitudes y diferencias pero que comprende que éstas forman y formarán parte de su propia funcionalidad.

Por último, habrá que considerar que el sujeto, no puede utilizar el pasado para comprender el pasado, ya que es conocedor de un futuro pasado, y los sucesos y métodos del futuro pasado no miden ni interpretan al pasado como el pasado se concibió, sino al contrario, desarrollan una nueva versión de ese pasado, que es historiográficamente correcta pero históricamente incierta pero necesaria. En palabras de Hegel:

“El tener, en muchos idiomas, se emplea para designar el pasado, y con razón, por que el pasado es el ser superado, y el espíritu es su reflexión en sí, en la cual subsiste únicamente el pasado; pero el mismo espíritu distingue también de sí mismo a este ser superado en él.”[8]

Notas
[1] Seminario de Historia Cultural. “El problema del pasado es el futuro: notas sobre teoría y metodología de la historia” de Guillermo Zermeño, ubicado en http://www.azc.vam.mx/publicaciones/tye/problema delpasado.htm. 25 de mayo del 2009.
[2] Martin Heidegger, Introducción a la metafísica (Barcelona: Gedisa, 2001), 47.
[3] Idem., 59.
[4] Immanuel Kant, Crítica de la Razón Pura (México: Porrúa, 1998), 93.
[5] Frantisek W. Galan, Las estructuras históricas, el proyecto de la escuela de praga, 1928-1946 (México: siglo XXI, 1988), 25.
[6] Th. W. Adorno, Dialéctica Negativa/La Jerga de la Autenticidad (Madrid: Akal, 2005), 23.
[7] Concepto que desarrolla el físico teórico Kaku Michio en su libro Hyperspace: A Scientific Odyssey Through Parallel Universes, Time Warps, and the Tenth Dimension, publicado en 1994. Especie de dimen-sión en la que son superadas las tres dimensiones naturales que el ser humano logra percibir. Haciendo refe-rencia especial al uso del internet y su influencia en el campo del conocimiento humano.
[8] G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu (México: Porrúa, 2004), 93.

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